Bebí mi agua de coco. Debía volver pronto, pues tenía una entrevista con Juan Arias, del periódico español El País. En mi camino de regreso vi que el hombre continuaba allí, bajo el sol – y todos los que pasaban actuaban exactamente como yo: miraban y seguían adelante.
Sucede que – aunque yo no lo supiera – mi alma ya estaba cansada de ver esa misma escena, tantas veces. Cuando volví a pasar cerca de aquel hombre, algo más fuerte que yo me hizo arrodillar e intentar levantarlo.
Él no reaccionaba. Giré su cabeza y había sangre en su frente. ¿Y ahora? ¿Era una herida seria? Limpié su piel con mi camiseta: no parecía nada grave.
En este momento el hombre empezó a murmurar cualquier cosa parecida a “¡pida que no me peguen!” Bien, estaba vivo. Ahora yo tenía que apartarlo del sol y avisar a la policía.
Detuve al primer hombre que pasó y le pedí que me ayudase a arrastrarlo hasta la sombra, entre la calzada y la arena. Él iba con chaqueta, llevaba portafolio, paquetes.. pero dejó todo a un lado y vino a ayudarme – su alma también debía estar ya cansada de ver aquella escena.
Una vez colocado el hombre en la sombra, fui andando en dirección a mi casa – sabía que había una cabina de Policía Militar y podría pedir ayuda allí. Pero antes de llegar a ella me crucé con dos soldados.
-Hay un hombre herido delante del número tal – les dije – Lo he colocado en la arena. Habría que enviar una ambulancia.
Los policías dijeron que se ocuparían. Listo, yo había cumplido con mi deber. Boy scout siempre alerta. ¡La buena acción del día! El problema ahora estaba en otras manos, que ellas se responsabilizasen. Y el periodista español llegaría a mi casa en pocos minutos.
No había dado diez pasos cuando un extranjero me interrumpió, hablando en un portugués confuso:
– Yo ya había avisado a la policía sobre el hombre en la calzada. Me dijeron que si no era un ladrón, no era problema de ellos.
No dejé que el hombre terminase de hablar. Volví hasta los guardias, convencido de que sabían quien era, que escribía en diarios, que aparecía en la televisión. Volví con la falsa impresión de que el éxito, en algunos momentos, ayuda a resolver ciertas cosas.
-¿Usted es alguna autoridad?- preguntó uno de ellos, notando que yo pedía ayuda de manera más incisiva.
No tenían idea de quien era yo.
– ¡No! Pero vamos a resolver este problema ahora.
Yo iba mal vestido: camiseta manchada con la sangre del hombre, bermudas cortadas de unos antiguos pantalones vaqueros, sudado. Yo era un hombre común, anónimo sin ninguna autoridad más que mi hartazgo de ver a gente tirada en el suelo durante años y años de mi vida sin haber hecho jamás absolutamente nada.
Y eso cambió todo. Hay un momento en el que uno está más allá de cualquier bloqueo o miedo. Hay un momento en el que la mirada cambia, y la gente entiende que uno está hablando en serio. Los guardias me acompañaron y además llamaron a la ambulancia.
Mientras volvía a mi casa, recordé las tres lecciones de aquella caminata:
a) todo el mundo puede organizar una acción cuando aún es puro romanticismo;
b) pero siempre hay alguien para decir “¡ahora que comenzaste, ve hasta el final!”
Y lo mas importante:
c) todo el mundo es autoridad cuando está absolutamente convencido de lo que hace
Paulo Coelho
Texto del Libro : Como el río que fluye
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